¿Quién es Jesús?
¿Quién es Jesús? Explora su vida, divinidad, humanidad y su rol como Mesías, Salvador y Señor. Un estudio bíblico esencial para comprender la figura central del cristianismo y encontrar vida eterna.
Miguel Euraque
Tabla de contenidos
- Introducción
- Nacimiento e infancia
- Inicio del ministerio público de Jesús
- Ministerio de Jesús en Galilea
- Revelación de su mesianismo
- Última semana en Jerusalén
- Resurrección y ascensión
- Jesucristo es 100 % Dios y 100 % hombre
- Jesús es Dios hecho carne
- Jesús es el Cristo
- Jesús es Salvador y Señor
- Conclusión: ¿Quién es Jesús?
Introducción
Jesús de Nazaret, también conocido como Jesús, Jesucristo o Cristo, es la figura central del cristianismo. Él mismo se presentó como el Mesías prometido en las Escrituras hebreas y como el Hijo de Dios enviado para traer salvación al mundo.
Los principales datos sobre su vida y enseñanza se encuentran en los Evangelios del Nuevo Testamento, aunque su existencia histórica también está confirmada por historiadores no cristianos de la época, como Flavio Josefo y Tácito.
Para los cristianos, Jesús no es solo una figura histórica, sino Dios hecho hombre, el cumplimiento supremo del plan de redención divino.
Nacimiento e infancia
Jesús nació en Belén antes de la muerte del rey Herodes el Grande, entre los años 7 y 4 a.C. Sus padres fueron María, una joven virgen, y José, su padre adoptivo. Este nacimiento virginal, anunciado por el ángel Gabriel, cumple las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento (Isaías 7:14; Mateo 1:23).
Tras un breve exilio en Egipto durante su infancia, Jesús creció en Nazaret, en la región de Galilea, y se dedicó al oficio de carpintero junto con José.
A los 12 años, durante una visita al Templo de Jerusalén, Jesús ya mostraba conciencia de su relación única con Dios al decir a sus padres:
“¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:49).
Fuera de este episodio, su niñez y juventud transcurrieron en obediencia y sencillez, creciendo “en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).
Inicio del ministerio público de Jesús
Alrededor de los 30 años, Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán. En ese momento se manifestó claramente la Santísima Trinidad: el Hijo es bautizado, el Espíritu Santo desciende sobre Él en forma de paloma, y la voz del Padre declara:
“Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).
Después, fue llevado por el Espíritu al desierto, donde venció las tentaciones de Satanás con la Palabra de Dios, demostrando su perfecta obediencia al Padre. Luego comenzó a proclamar el Reino de Dios, llamando al arrepentimiento y a la fe.
Ministerio de Jesús en Galilea
Tras el encarcelamiento de Juan el Bautista, Jesús inició su ministerio público en Galilea, predicando que “el Reino de Dios se ha acercado” (Marcos 1:15).
Realizó muchos milagros —sanidades, liberaciones y señales sobrenaturales— que confirmaban su autoridad divina y su compasión por los necesitados. Enseñó con una autoridad nunca antes vista, interpretando las Escrituras con verdad y gracia, y revelando el corazón del Padre.
Su mensaje enfatizaba el amor, la misericordia y el perdón por encima del legalismo religioso. Estas enseñanzas transformadoras atrajeron a multitudes, pero también generaron oposición entre las autoridades religiosas que lo veían como una amenaza a su sistema.
De entre sus seguidores, Jesús eligió a doce discípulos, a quienes instruyó personalmente para continuar su obra.
Revelación de su mesianismo
Un momento clave ocurrió cuando Jesús preguntó a sus discípulos:
“¿Quién decís que soy yo?”
Simón Pedro respondió:
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:16).
Jesús confirmó que esta confesión provenía de una revelación del Padre. Desde entonces comenzó a explicarles con mayor claridad su misión redentora: que debía padecer, morir y resucitar al tercer día, cumpliendo así las Escrituras (Mateo 16:21).
Última semana en Jerusalén
En su última visita a Jerusalén para la Pascua, Jesús fue recibido como el Mesías por las multitudes que gritaban: “¡Hosanna al Hijo de David!”. Durante esa semana enseñó acerca del verdadero significado de su misión, anunció la destrucción del Templo y profetizó su regreso glorioso.
En la Última Cena, celebrada con sus discípulos, instituyó la Santa Cena (Eucaristía) como memorial de su sacrificio, estableciendo así un nuevo pacto en su sangre (Lucas 22:19-20).
Luego oró con profunda agonía en Getsemaní, sometiendo su voluntad a la del Padre:
“No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
Fue arrestado, injustamente juzgado por el Sanedrín y condenado por Poncio Pilato, siendo finalmente crucificado entre dos malhechores. Desde la cruz pronunció palabras que revelan su amor y perdón:
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
Su muerte fue un sacrificio vicario y redentor, en el que llevó sobre sí los pecados de la humanidad (Isaías 53:5; 1 Pedro 2:24).
Resurrección y ascensión
Al tercer día, Jesús resucitó victorioso de entre los muertos, cumpliendo las profecías y demostrando que Él es el Hijo de Dios con poder (Romanos 1:4). Se apareció a sus discípulos y a muchos otros testigos, confirmando la verdad de su resurrección y reafirmando su misión.
Antes de ascender a los cielos, los comisionó diciendo:
“Id y haced discípulos a todas las naciones” (Mateo 28:19).
Cuarenta días después, ascendió al cielo, donde está sentado a la diestra del Padre, y desde allí envió al Espíritu Santo para guiar, fortalecer y consolar a su Iglesia (Hechos 2).
Jesucristo es 100 % Dios y 100 % hombre
La fe cristiana confiesa que Jesús es verdadero Dios y verdadero Hombre, dos naturalezas unidas en una sola persona divina. Esta verdad, conocida como la unión hipostática, fue afirmada por la Iglesia desde los primeros siglos (Juan 1:14; Filipenses 2:6-8).
Jesús es plenamente humano
Jesús experimentó la vida humana en toda su realidad, excepto el pecado (Hebreos 4:15). Sintió hambre, sed, cansancio, tristeza y dolor. Conoció la tentación, pero permaneció sin mancha. Vivió una humanidad perfecta, siendo ejemplo de obediencia y santidad.
Jesús es plenamente divino
A la vez, Jesús reveló su naturaleza divina de múltiples formas: perdonó pecados, calmó tempestades, resucitó muertos y recibió adoración.
Dijo: ""
“Antes que Abraham fuese, Yo soy” (Juan 8:58),
declarando su eternidad y divinidad.
Además, afirmó:
“Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).
Recibió títulos y atributos que solo pertenecen a Dios, confirmando que en Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Colosenses 2:9).
Jesús es Dios hecho carne
En Jesús, Dios se encarnó y se hizo plenamente presente en la historia humana. Siendo eterno, el Hijo asumió una naturaleza humana en el seno de María por obra del Espíritu Santo. Por eso se le llama Emmanuel, “Dios con nosotros” (Mateo 1:23).
Esta encarnación demuestra el amor incomparable de Dios, que no permaneció distante, sino que descendió para redimirnos personalmente.
Jesús es el Cristo
El título “Cristo” significa “Ungido” y corresponde al término hebreo “Mesías”. Jesús es el cumplimiento de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento (Isaías 9:6-7; Miqueas 5:2).
Él es el Rey prometido, el Profeta anunciado y el Sacerdote eterno que intercede por nosotros ante el Padre.
Jesús no es solo el Mesías de Israel, sino el Salvador del mundo entero (Juan 4:42).
Jesús es Salvador y Señor
El nombre “Jesús” significa “Yahveh salva”. Él vino a rescatar a la humanidad del pecado y de la muerte eterna. En la cruz, ofreció su vida como sacrificio perfecto y suficiente, y por su resurrección nos asegura el perdón y la vida eterna a todo el que cree (Juan 3:16; Romanos 10:9-10).
Su resurrección certifica que Jesús es Señor de vivos y muertos (Romanos 14:9) y que tiene toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mateo 28:18).
Conclusión: ¿Quién es Jesús?
Jesús no es solo un personaje histórico o un maestro moral. Es el Hijo eterno de Dios, hecho hombre para redimirnos. Es el Cristo prometido, nuestro Salvador, Señor y Rey.
Conocerle y seguirle es la decisión más importante de toda nuestra vida, pues en Él encontramos perdón, propósito y vida eterna.
Como declara la Escritura:
“En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).