El Espíritu Santo es la tercera persona de la Trinidad cristiana, junto con Dios Padre y Dios Hijo (Jesucristo). Aunque su identidad ha sido objeto de debate a lo largo de la historia, la Biblia provee abundante información sobre quién es él y cuál es su papel en la historia.

En este artículo ahondaremos en la persona del Espíritu Santo. Para que, una vez leído el mismo, puedas dar respuesta a la interrogante: ¿Quién es el Espíritu Santo?
Resumen de contenidos.
Orígenes y significado del término
La palabra hebrea usada en el Antiguo Testamento para referirse al Espíritu es “ruach”, que significa viento, aliento o espíritu. En el Nuevo Testamento griego se utiliza la palabra “pneuma” cuyo significado es similar.
Inicialmente, estas palabras no denotaban necesariamente al Espíritu divino, sino que se referían a la fuerza misteriosa e invisible del viento, al principio vital en los seres humanos y animales, o una manifestación sobrenatural de poder divino.
Con el tiempo, el término “Espíritu de Dios” o “Espíritu Santo” adquirió un significado más definido para referirse al Espíritu divino.
La deformación del término en el judaísmo anterior a Cristo
En el judaísmo precristiano, la concepción del Espíritu Santo se había deformado en gran medida. Dios era visto como cada vez más distante, y el Espíritu solo actuaba en el pasado inspirando a los profetas y la Torá.
Siendo así que el Espíritu había sido desplazado por conceptos como la Sabiduría, el Logos y la Ley como medios de relacionarse con Dios.
Juan el Bautista y Jesús restauran el concepto bíblico
Juan el Bautista causó conmoción al proclamar que la era del Espíritu estaba próxima. Jesús fue aún más lejos al afirmar que el reino de Dios ya estaba presente en su ministerio, el cual realizaba en el poder del Espíritu.
Los evangelios relatan su ungimiento con el Espíritu en el bautismo (Lucas 3:22) y la promesa de enviar el Espíritu a sus seguidores (Juan 14:26).
El Espíritu en Hechos, Pablo y Juan
Hechos nos relata el derramamiento del Espíritu en Pentecostés sobre los discípulos (Hechos 2:1-25). Esto marca el nacimiento de la Iglesia y el inicio de la era mesiánica anunciada por los profetas. Lo que deja en claro que la recepción del Espíritu es señal de la aceptación divina y nueva vida en Cristo.
Para Pablo, el Espíritu marca el inicio de la experiencia cristiana. Pues es quien une al creyente con Cristo y lo capacita para llevar una vida justa. De esta forma, el Espíritu Santo es las primicias de la resurrección futura.
Juan enfatiza que el Espíritu da vida eterna y es esencial para el nuevo nacimiento. El Espíritu glorifica a Cristo y lo hace presente en el creyente.
El Espíritu Santo es divino
Aunque inicialmente no estaba claro, el Nuevo Testamento deja ver que el Espíritu Santo no es meramente una fuerza, sino una persona divina distinta que posee atributos como voluntad, omnisciencia y que permite una relación personal con Dios.
El Espíritu Santo es Dios mismo obrando en el mundo y en los creyentes. Los escritores bíblicos no dudan en atribuirle obras correspondientes solo a Dios, como dar vida, santificar, inspirar las Escrituras, realizar milagros, etc.
El Espíritu aplica la salvación de Cristo
Una función vital del Espíritu Santo es aplicar la salvación obrada por Jesucristo a la vida de los creyentes. Mediante el Espíritu somos regenerados, unidos a Cristo, adoptados como hijos de Dios, santificados y capacitados para llevar una vida justa y agradable a Dios.
El Espíritu también nos aplica los beneficios de la redención de Cristo al darnos vida eterna, el perdón de los pecados, el acceso a Dios y la certeza de nuestra salvación. Él continúa obrando en nosotros hasta completar nuestra salvación.
El Espíritu habita y llena al creyente
A diferencia de la concepción veterotestamentaria donde el Espíritu venía sobre algunos de forma temporal, ahora el Espíritu hace su morada permanente en todo creyente, convirtiéndose en el principio vital de la nueva vida en Cristo.
El cristiano puede experimentar el continuo llenado del Espíritu y andar en el Espíritu, esforzándose en cultivar los frutos del Espíritu en lugar de la naturaleza pecaminosa.
El Espíritu Santo otorga dones y capacita a los creyentes para la misión de proclamar el evangelio. Entre los dones se encuentran: la profecía, lenguas, sanidades, discernimiento, ayuda, liderazgo, entre otros.
Estos dones deben usarse con amor para la edificación de la iglesia, el Cuerpo de Cristo.
El Espíritu guía y enseña a los cristianos
Jesús prometió que el Espíritu guiaría a los creyentes a toda la verdad y les recordaría sus enseñanzas (Juan 16:13). Como el Consolador y consejero, el Espíritu guía al pueblo de Dios, le aclara las Escrituras y le da discernimiento.
Los cristianos pueden experimentar un continuo crecimiento en el conocimiento de Dios por medio del Espíritu.
El Espíritu produce intimidad con Dios
Uno de los roles más preciosos del Espíritu Santo es producir un profundo sentido de intimidad de los hijos de Dios con su Padre celestial.
Es por el Espíritu que clamamos “Abba Padre” y tenemos comunión personal con Dios. Así como el espíritu humano permite adorar a Dios, el Espíritu Santo facilita la relación del creyente con el Padre.
Conclusión sobre quién es el Espíritu Santo
Como hemos enfatizado a lo largo de este artículo. El Espíritu Santo es nada menos que Dios, actuando suprema y amorosamente en la aplicación de la salvación, la vida cristiana y la misión de la Iglesia.

Conocerlo es indispensable para todo hijo e hija de Dios. Pues esto nos permitirá tener una vida cristiana vibrante. Siendo transformados de adentro hacia a fuera. Tal y como sucedió con los apóstoles luego del día de pentecostés.